viernes, 13 de mayo de 2005

El mar y sus praderas

I

Fue un viaje necesario y asombroso. La poesía no sólo está en el papel o la pantalla, está en el aire, en la arena, en el sol, en una mirada, en el viento, en el sonido de la luna contra el agua. Estos días he perdido muchas cosas, pero también he recuperado otras. Este equilibrio permanente puede tener altibajos de un contraste aterrador. Hay caminos que uno debe recorrer solo, otros acompañado, éste era de inobjetable factura colectiva. Thor, el dios protector y patrocinador del viaje, daba y quitaba a placer, respondía vengativo cuando no le eran entregadas las ofrendas correspondientes. Con un criterio ilógico, negaba y proporcionaba beneficios. Y las imágenes iban llegando.

Una garza en la cintura magnética del trópico.

Una sensación de pájaros oscureciendo el horizonte.

Pero en toda luna se esconde una mujer.Ella tocó mis ojos y sólo vi penumbra.Hubo un incendio tan perturbador como la más inimaginable caracolaElla me invitó a su casa y yo dejé que todo el mar se fuera en ella, dejé que mis olas tropezaran con sus caderas, bebí todo el dulce rencor que guardaba en su cuello. Yo perseguía la transparencia mientras un burro rebuznaba a la luna.

II

Y es que la noche era un rugido de estrellas en el agua, el intento del fuego por enrarecer los ojos de la arena. Ella, no Ella, otra, me esperaba en los rincones de la niebla.

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