domingo, 28 de marzo de 2004

Caminando


Comencé a caminar por una calle desconocida, al poniente de la ciudad. Tan profundas eran mis reflexiones sobre la dimensión holográmica de la luz en la pupila que tardé en darme cuenta que me había perdido. Temor, luego resignación. No había caminado más de tres kilómetros, así que no había de qué preocuparme, el sol todavía alcanzaba a verse en el horizonte, caminaría hacia oriente y todo resuelto.
Tomé un callejón de apariencia oscura, húmedo y con cierto olor de antigüedad. Advertí que el trayecto se extendía más de lo común, no podía ver la salida.
Pude verla al final, de lado izquierdo.
Al dar la vuelta hallé un jardín, sus dimensiones eran inabarcables a la mirada. No pude responderme qué hacia ese parque ahí. A primera vista parecía desolado, conforme avancé, noté que detrás de cada tronco se escondían personas de colores psicodélicos y extremidades nada comunes.
Una mujer muy delgada tenía unos pies desproporcionados para su peso y altura, enormes y voluminosos. Un niño tenía la cabeza tan grande que debía sostenerla con ambas manos mientras caminaba. Una anciana sacaba sus ojos de su rostro agrietado para aventarlos al aire y volver a ponérselos mientras su boca sin dientes practicaba horribles muecas.
Ningún asombro hubo en mí. Los miré con la calma de quien tiene un sueño recurrente y cotidiano.
Nada que haya sido visto en exceso puede sorprendernos. De alguna manera yo conocía esos seres. Tuve un trato previo con ellos que no puedo recordar. .
Quise terminar la exploración de aquel parque salvaje. Busque la salida y sólo encontré un pequeño espacio entre los arbustos que rodeaban el jardín. Estaba a ras de piso, me agaché para salir, era un túnel largo y oscuro, al final una luz rojiza presagiaba la salida.
Durante el trayecto sentí mi cuerpo cada vez más pesado, comencé a sudar, se nubló la mirada. De repente mi cuerpo expulsó un millar de cucarachas por la boca, pude sentir las seis patas de cada una transitando rápidamente por mi lengua. Una vez que todas me abandonaron, comenzó a salir humo de mis ojos, humo negro, congelado. Cuando recobré la nitidez en la mirada la salida estaba a sólo tres metros. Ya había anochecido, no tardé mucho en llegar a una calle conocida, tomé mi ruta respectiva. El cansancio que sentía impidió que pudiera recordar los hechos con exactitud. Dormí con la luz encendida.

Desperté tarde, como siempre. Llegaría tarde al trabajo. Mientras caminaba la gente me veía como si trajera cucarachas en la frente, como si trajera atorado humo en la mirada.

lunes, 22 de marzo de 2004

Amar resulta tan fácil
como hacerle el amor a una bicicleta...

jueves, 18 de marzo de 2004

Baile

Existen innumerables formas para alcanzar el instante extático.

¿Puede lograrse el alumbramiento, la iluminación, con el baile?

No tengo todavía la certidumbre, puede ser que lo confirme, pero son ya varias las ocasiones que he estado apunto.
Si no, fue lo más cerca que estaré jamás.

Utilizar los sentidos con la música del licor y el alcohol del sonido resulta tan placentero como el contacto del infinito. Práctica, casi todo es cuestión de práctica.

Las peripecias del swing y los resuellos del jazz pueden ayudar mucho.
Media luz. Volumen elevado pero que pueda hablarse al oído en voz baja.
Comienza la exploración, el recorrido del tacto por el cuerpo.
La disposición del espíritu es decisiva para lograrla.

Tocar las manos, los límites de la piel en movimiento.

La comunión que se logra cuando se baila sólo es comparable con la del amor carnal.
Crear y seguir la sinfonía del riesgo y el equilibrio.
Caer y levantarse, una caída dulce, suave, demasiado violenta para exaltarnos.

El giro, darles un giro a las cosas, un giro a nuestras vidas.
Esa es la decisión.

Aún una persona arrítmica pude alcanzar la intensa sensación de girar en un círculo eterno.
Basta encontrar el momento y la persona precisa para entra en él.


Desde hace algún tiempo,
creo que no puede hacerse el amor más que girando.

martes, 16 de marzo de 2004

Poema

De tu figura a la mariposa
me desvelo
caigo
en cuenta
de tu profundidad
por el azul en el azul del pez

a ti me dirijo
desierto en el agua

no conozco el mar sino por tu piel
por tu respiración de ola natural

la luna en tu sonrisa
y el vacío que va
y regresa
fragmentos estelares del verano

soy el pez que nada
llegando llegando
mientras tus rutas subterráneas
abren su beso a mi temperatura.


jueves, 11 de marzo de 2004

La mosca

Eso, una diminuta soledad, un espacio personalísimo donde la realidad tenga un sentido propio, legible al menos. Pero qué digo! siempre la más inteligible realidad es la que uno vive. De ahí la duda, de ahí la certeza de que todo valor es siempre relativo, proporcional a la intuición que tengamos en ciertas circunstancias. ¿Es entonces, una sala de espera donde el azar nos elige para complacerlo? ¿En determinado tiempo somos las cifras útiles para la premiación? ¿Acaso todo transcurre en la misma dirección que elegimos para abandonar la calidez del útero? Afirmar o negar sería lo mismo que una mosca huyendo de las garras de mi gato, mas no de su mirada, presa hace ya bastantes piruetas. La mosca, su vacilación y su cobardía, la soberbia y la burla de quien tiene las alas y el tamaño suficiente para despojarnos del sueño y la paciencia. Nuestra soledad, tan ecuánime en la sala de espera, y la mosca, el pequeño punto negro en la claridad del pensamiento. ¿Qué nos queda? Tratar de capturarla, aplastarla como método de individuación o seguirla ininterrumpidamente mientras llega nuestro turno en la ruleta.

lunes, 8 de marzo de 2004

Desde el final

Cuando salí de ella no sabia exactamente a dónde había llegado. Dada la humedad del camino, sigo dejando huellas por donde quiera que paso. Estoy exhausto. Fue un viaje largo y placentero. Cada sensación, cada encuentro de la piel en todos sus rincones, provocaba secretas, inauditas consecuencias. En su cuerpo me sentía el mío, pude conocer todas las regiones de mi espalda, mis pies y sus intimidades.
Mi movimiento se diluía en ella con la apariencia vana de un mar inagotable.
Un arroyo, eso, yo era voluntad de agua en su interior. Perdía y recuperaba en aliento en la fuga del suyo. Éramos caníbales en delirio.
La comunicación, el azar que provocábamos, la sinfonía perpetua de la especie nos impedía detenernos. En la memoria prevalece el tacto y el color de la piel que nunca abandonamos.
Más que un encuentro, resultaba un extravío. Una confusión entre materia y placer.
Entrábamos y salíamos con mínima discreción. Nuestro destino se hallaba irremediablemente vinculado desde ese momento. Lo seguiríamos hasta el fin de la casualidad, hasta el fin de la desesperación, de no ser por la ausencia de palabras entre nosotros.
Ella aceptó entrar a mi fantasía, pero cuando quise hablarle, bajó rápidamente del autobús entre la confusión del movimiento y el enojo de los pasajeros.