domingo, 25 de septiembre de 2005

En los calabozos de las redacciones


No hay espacio para la tristeza
no conocen la nostalgia
el frío de la noche
los gobiernos de la soledad

este peregrinar en la intemperie
salir para no llegar
buscando una región
de transparencia y espanto

quién nos inscribió en este funeral de la tristeza
quién
desde su espacio terrible
designó el mar y la luna como
sustento de los aterrados

cuántas veces
por encontrar la palabra equivocada
perdí las intenciones de la lluvia

cuántas falenas dejé partir
mientras estuve en el sótano de la disgresión.

.

martes, 13 de septiembre de 2005


La noche hundida toca los horarios de la carne.

Cuántos animales, hirviendo, somos bajo la sábana.


David Huerta




Foto: Pedro Meyer

lunes, 12 de septiembre de 2005


"La realidad es una broma que ya me está poniendo nervioso", sobre todo por las constantes presiones, las exigencias, las perspectivas, las esperanzas.
Hay que cumplir y soportar las incisiones de la soledad.
Quien habla es alguien que quiere ser yo, pero no lo dejo.
Aparecen en mí los temores cotidianos, las obligaciones asesinas, la urgencia de equilibrio.
Me resisto a ser él, yo, el responsable, el exitoso, el honesto: un ejemplo.

Yo elijo el placer, la caída, el riesgo, la disipación.

No permitiré que las gorgonas me visiten,
prefiero las sirenas, que hieren mientras cantan.

sábado, 10 de septiembre de 2005

ENTRESUELO

Un ropero, un espejo, una silla,
ninguna estrella, mi cuarto, una ventana,
la noche como siempre, y yo sin hambre,
con un chicle y un sueño, una esperanza.
Hay muchos hombres fuera, en todas partes,
y más allá la niebla, la mañana.
Hay árboles helados, tierra seca,
peces fijos idénticos al agua,
nidos durmiendo bajo tibias palomas.
Aquí, no hay mujer. Me falta.
Mi corazón desde hace días quiere hincarse
bajo alguna caricia, una palabra.
Es áspera la noche. Contra muros, la sombra
lenta como los muertos, se arrastra.
Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua.
Su piel sobre mis huesos
y mis ojos dentro de su mirada.
Nos hemos muerto muchas veces
al pie del alba.
Recuerdo que recuerdo su nombre,
sus labios, su transparente falda.
Tiene los pechos dulces, y de un lugar
a otro de su cuerpo hay una gran distancia:
de pezón a pezón cien labios y una hora,
de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas.
Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
hasta el último vuelo de la última ala,
cuando la carne toda no sea carne, ni el alma
sea alma.
Es preciso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!
Esta noche me falta.
Sube un violín desde la calle hasta mi cama.
Ayer miré dos niños que ante un escaparate
de maniquíes desnudos se peinaban.
El silbato del tren me preocupó tres años,
hoy sé que es una máquina.
Ningún adiós mejor que el de todos los días
a cada cosa, en cada instante, alta
la sangre iluminada.

Desamparada sangre, noche blanda,
tabaco del insomnio, triste cama.

Yo me voy a otra parte.
Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.

Jaime Sabines

sábado, 3 de septiembre de 2005



Al mirarte herí la más frágil de mis costillas
el más lejano de mis huesos

el reloj de la realidad cayó sobre mis ojos

Ya no conocerás el pantano de furia que es mi corazón.

viernes, 2 de septiembre de 2005



Siempre estoy en el cielo de tus celebraciones.

jueves, 1 de septiembre de 2005



El día que tú te mueras
nacerán lombrices
en los ojos que besaste.