viernes, 12 de mayo de 2006






LA LUZ QUE YA SE IBA...

Recuerdo que te miré con miedo
Cuando te sentabas frente a mí.
La belleza al ser tan grande y honda
Es inhumana y dura, sin piedad.
Mas tu dulzura, la suavidad de tus ideas,
Las palabras medidas en que iban expresadas
y esa infinita ternura que era tuya
Debieran haberme hecho perdonar tu belleza enorme.
Pensaba que podrías cambiarme,
Hacer de mí a capricho tuyo aquello que desearas
y temía. Ay de mí.
Cómo decir lo mucho que llenaban en mi huera vida
Esos minutos en que eras para mí,
Qué informe todo lo que no fueran los instantes
Contigo así pasados.
Llegó entonces una tarde a mi memoria
Como disparo de un arma certera, mortal, inevitable
En que despertaba de la siesta
En otro continente, allí, en mi cuarto
y aún deberían pasar un par de horas,
Para ver a esa mujer cuyo cuerpo era
Sencillamente hermoso como su habla y su compañía
Acordé por el intenso dolor que tanta dicha habíarne dado.
Pensé que nada podía ser así maravilloso,
Pero que era intolerable tal felicidad.
La luz que ya se iba lo decía
y el corazón dolíame en extremo, desdichado,
A fuerza de alegría tan abundante.
Supe entonces aquello que hoy quiero decir
Mas que no puedo; mejor sería intentado
De otra forma, ¿usted podría?


Francisco Cervantes

sábado, 6 de mayo de 2006

Saturado de un rumor indeclinable y con la existencia varada en los libros occidentales y la confusión, te escribo.
Arriesgo aquí las tentaciones de la confesión, mi yo íntimo y voraz y silencioso y parco y esmerado y aborrecible y tentativo que soy cuando están activados los límites de tu ausencia, las páginas vencidas del recuerdo.
Me engaño de tal manera que al despertar tengo verdes los pies y una moneda reticular habita mis párpados con el mismo desdén de una mosca intoxicada.
Pierdo vestigios y hallo incendios, lentas conflagraciones, periódicos idiotas fincados en la resignación.
Te busco y en los ojos la maleza se sugestiona, te miro decir una frase inhóspita para los ciudadanos y siento que debo pedirte algo, asegurarme a ti de una forma bastante conocida para que después no puedas reclamarme y yo te diga te lo advertí, no era mentira ni murmullo, era cierto que calcinaba mis pasos y los brazos perdía y los dedos se mutilaban en un justificado intento de ir sobre ti, de relajarte con tus mentiras preferidas.
De algún modo, igual que yo, estarás celebrando negocios con el mar. Tendrán tus placeres la misma posición que mis deseos y el sol se irá debilitando con mis sueños anteriores, como una plaza diminuta en un pueblo de ladrones.