domingo, 30 de enero de 2005

Hoy besé a la muerte en la sonrisa


A Florita †
A tu innecesaria ausencia


Hoy besé a la muerte en la sonrisa. Fue un beso tan tierno, tan suave, tan cálido y frío al mismo tiempo. En mi rostro quedó la mueca trágica, el rictus inconfundible de la fragilidad.

Y es que mi linaje poco a poco ha ido desapareciendo. A mi árbol genealógico se le están secando las raíces. No conocí la sangre intensa de mi abuelo, su guitarra enamorada, la felicidad permanente que lo envolvía. Pero mi abuela ha sabido dejarme en la mirada su sonrisa. De ella tengo la terquedad, el gusto por el café y la soledad obligatoria. Ella supo guardar los besos clandestinos de él, sus nocturnas serenatas.

¿Y cómo no guardar la luz equinoccial, el rumor del río, si todas las respuestas quedaron incrustadas en el valle?
¿Cómo olvidar la noche estival en que te tuve, el perfume onírico del azahar sobre tu cuerpo?

Te fuiste ayer, hubiera querido acompañarte pero ya la vida estaba cobrando mis desatinos.

¿Qué hacer cuando la muerte nos sonríe y la vida nos escupe sus bilis fúrica?

Al despedirnos, dejé una profunda lágrima en tus cabellos,
tú ya no volteaste, esperabas la muerte desde el azul dulcísimo de tus ojos.


29eneroIImil5


lunes, 17 de enero de 2005

La luz y sus callejones homicidas...




Como si yo estuviera fotografiando una sombra en el agua…

Me quedé mirando un pliegue, la huella de una mariposa que hacía mucho no reflejaba colores.
Estábamos en el origen de la luz, en los callejones meridianos de la piedra.
La busqué en las zonas tibias del agua, en los cristales oscuros de la memoria.
Mi cámara, henchida de deseo, no tuvo más que activar el obturador para recoger su aroma, las temperaturas de su cuerpo. El cuarto oscuro que nos envolvía se convirtió en una galaxia de sudores.
Me acerqué con la tibieza del Golfo. Herimos la noche, los vértices de la fijeza. Esa noche derretimos todos los témpanos de la soledad y la distancia.
No era la hechicera de agua que acostumbro, pero cada segmento, cada rincón de mi cuerpo sintió el calor siniestro de su desnudez.

Venimos y volamos.

Mi aullido alcanzó la más aguda nota de placer.

En el aire dejamos los instantes luminosos, los momentos de la caída.
En los territorios del frío retamos el invierno. Nunca supe qué delgada melancolía matizaba mis viajes. Esta ocasión reservé los principales lugares. Toda la intemperie nos pertenecía. Por una noche dominamos la ciudad y sus luces homicidas, las rutas ilegales de la respiración.
Y la ceniza invadió las calles del encuentro.
La felicidad, que por una eternidad habíamos rentado, terminaba.
Regresé a la guarida de los ángeles.
En mis manos sólo quedó la pintura de sus movimientos.



viernes, 14 de enero de 2005

Cuenta cuenta cuenta: ayer.

Contigo recordé cuando sólo callaba.
Las palabras se retorcían en los límites de la conciencia.
Copulaban, herían, gritaban.

Fue una tarde -casi todo me ocurre en la tarde- cuanto te vi, o me viste.
Misteriosa, risueña, sutil.
Desde ese momento no aparté mis vista de tus ojos y sus pequeños resplandores.

Fueron el azar y la urgencia, dicen los que no conocen los silencios secretos de las mujeres.

En cada encuentro te dirigía mis divagaciones, mis agravios informáticos, mis dudas virtuales.

Una mirada... todos provenimos de una mirada.

Te tuve, nos tuvimos. Celebramos la locura de la legalidad y los números.

Ayer te vi y las cuentas clausuradas de mi corazón
sufragaron sus deudas en seguida.

No te toqué, sólo pude darte otra mirada, mis papeles chamuscados...



Todos gritan,
todos se quejan,
todos maldicen,
todos cagan,
todos reclaman,
todos lloran,
todos rien,
todos besan,
pocos duermen.


Debo dormir, debo leer, debo estudiar, debo escribir, debo comer, debo olvidar, debo pensar, debo gritar, debo tomar, debo deber.

Tanto inusitado derrame de excremento, tanta mierda esparcida en los lugares más respetados, tanto ocio y envidia.
¿Qué puedo pedir sino una cerveza, un libro, tu mirada y los licores tropicales del Atlantico?

Sólo pido tiempo, espacio para revolcarme en mis acentos.

No molestar,
no reñir,
no tocar,
no pedir,
no buscar,
no mirar,
no preguntar,
no volver,
no chingar.

La histeria es un virus colectivo que sólo las brujas pueden transmitir.
En el aire deposito los remedios contra el estrés.


Sólo vivo, sólo estoy.

Me río de los que sólo están, sin saber qué pedo.

Celebro la caída.

jueves, 13 de enero de 2005


Re verso

Si los cerdos escribieran,
hace ya rato que las cucarachas cantarían...

martes, 11 de enero de 2005


Cuando uno reconoce de un modo intenso sus propios límites,
tiene que estallar.

Franz Kafka

domingo, 2 de enero de 2005

¿Dónde reside el azar?


Sara pensaba que su presencia no tenía motivo. No mostraba ningún interés en construir un castillo con sus afectos.

Él actuaba conforme lo planeado, sólo en ciertos momentos su instinto dominaba sus acciones. Era un estado de éxtasis en el que procuraba ingresar por voluntad propia. Había elementos que lo facilitaban, vías artísticas que lo conducían hasta un goce de eternidad. Casi podía sentir la totalidad de su organismo en ebullición.

Sara comprendía esa búsqueda y creaba el ambiente necesario para su viaje, pero su aprobación era incompleta. Ella deseaba ser una de las vías para tocar el infinito.

¿Acaso existe mejor territorio para buscar la eternidad que el cuerpo femenino?

¿No es el alma femenina una pieza imprescindible en el reloj de la verdad?

Junio IImil2