lunes, 8 de marzo de 2004

Desde el final

Cuando salí de ella no sabia exactamente a dónde había llegado. Dada la humedad del camino, sigo dejando huellas por donde quiera que paso. Estoy exhausto. Fue un viaje largo y placentero. Cada sensación, cada encuentro de la piel en todos sus rincones, provocaba secretas, inauditas consecuencias. En su cuerpo me sentía el mío, pude conocer todas las regiones de mi espalda, mis pies y sus intimidades.
Mi movimiento se diluía en ella con la apariencia vana de un mar inagotable.
Un arroyo, eso, yo era voluntad de agua en su interior. Perdía y recuperaba en aliento en la fuga del suyo. Éramos caníbales en delirio.
La comunicación, el azar que provocábamos, la sinfonía perpetua de la especie nos impedía detenernos. En la memoria prevalece el tacto y el color de la piel que nunca abandonamos.
Más que un encuentro, resultaba un extravío. Una confusión entre materia y placer.
Entrábamos y salíamos con mínima discreción. Nuestro destino se hallaba irremediablemente vinculado desde ese momento. Lo seguiríamos hasta el fin de la casualidad, hasta el fin de la desesperación, de no ser por la ausencia de palabras entre nosotros.
Ella aceptó entrar a mi fantasía, pero cuando quise hablarle, bajó rápidamente del autobús entre la confusión del movimiento y el enojo de los pasajeros.


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