domingo, 15 de mayo de 2005



De cómo Silvio Rodríguez
cantó y la lluvia dejó de caer


Eran las siete de la noche y la gente ocupaba ya más de la mitad de la Plaza de la Constitución. El cielo estaba nublado y la lluvia caía a ratos en diferentes intensidades. La necesidad hizo que se fueran formando comunidades alrededor de las sombrillas más anchas. Los vendedores de “plásticos” comenzaron sus actividades. Cada minuto la masa se hacía más densa, el calor comenzaba a reunirse.
“Compañeros poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos en la poesía /quisiera preguntar, qué tipo de adjetivos se deben usar…” para narrar un concierto sin caer sentimentalismo y lugares comunes, para no confundir una canción con un atentado. Eran las ocho con treinta minutos y los músicos salieron a afinar sus instrumentos. El primer guitarrista ejecutó el bolero “Juramento”, de Miguel Matamoros, mientras los gritos de “Sil-vio, Sil-vio”, no dejaban de escucharse.
A las ocho de la noche con cuarenta minutos Silvio Rodríguez salió al escenario. El alboroto era total, jóvenes y ancianos, mujeres y niños gritaban y aplaudían al hombre que había detenido la lluvia. Y tocó “Mi casa ha sido tomada por las flores”, pieza incluida en su nuevo disco, Cita con ángeles. Silvio presentó a sus músicos y agradeció la presencia del público. “Gracias pueblo de México, esta es una tregua con Tláloc.” Miles de alaridos y llantos silenciosos se vieron flotando sobre ojos desnudos de los asistentes. El cubano de San Antonio de los Baños hizo un pacto con el dios de la lluvia y ofreció su voz como ofrenda. Hubo canciones nuevas y conocidas, citas de ángeles y serenatas diurnas en el repertorio del trovador.
La emoción no menguaba, nadie creía que Silvio Rodríguez estuviera frente a él, así como si nada, tocando y recordando canciones. Silvio cantaba y desde los balcones las mujeres precipitaban pañuelos invisibles. Silvio tocaba su guitarra y los hombres anulaban lejanas lágrimas turbias.
“Esta es canción es una suerte de metáfora” dijo Silvio antes de empezar a tocar “El matador”, “este hombre es una especie de metáfora”, dijo un hombre en el público empezando a soñar. Pero “no estamos tan solos como esperamos”, a la comunión de silenciosos llegaron Lázaro García, iniciador de la “llamada nueva trova cubana”; el entusiasmado Fernando Delgadillo y Daniel Viglietti, trovador uruguayo que agradeció a Silvio por el espacio, por permitirle utilizar su guitarra y por dejarlo entrar en “su arco iris de violetas y malvas”, en el jardín de soledades en que se había convertido el Zócalo de la Ciudad de México.
De repente, como si no fuera suficiente tanta música Silvio sedujo a su armónica con las notas eléctricas de Bob Dylan. “Escribí esta canción antes de embarcarme en el Playa Girón.” Antes de que la Revolución Cubana erigiera sus estatuas y derrumbara los intentos del imperialismo. Silvio no estaba solo, su amigo Compay Segundo lo escuchaba con puro en mano, Sindo Garay apuraba un mojito, Marcos Huerta y Felipe Garrido lo esperaban con tequila.La celebración se fue cumpliendo, las canciones “El papalote”, “Historia del elegido”, “Te doy una canción”, “Canto arena”, “Ojalá”, “Unicornio” y “Sueño con serpientes”, fueron escuchadas y cantadas por el público insobornable.
“Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en esta tierra, en este instante…”, y la bandera de Cuba en luz de las pantallas, y los colores de la Revolución, melancólicos, en los corazones de los decepcionados. Y todas las mujeres entornando sus “ojos de papel volando”. El cubano amenazaba con retirarse pero iba y venía, nadie dejaba su lugar, los prudentes retrocedían seis pasos para detenerse a escuchar cuando regresaba a tocar otra canción. Silvio se despidió por última vez, “El dulce abismo” anunció la despedida, “Amada, supón que me voy lejos,/ tan lejos que olvidaré mi nombre.”

Y Silvio se fue entre aplausos, gritos, ternuras, latidos incesantes y declaraciones de amor.
Adónde va Silvio, “¿Adónde van las palabras que no se quedaron, adónde van.”

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