sábado, 5 de marzo de 2005


Ella sintió que la lluvia era sólo un pretexto para cancelar el encuentro. Qué importaba empaparse, arruinar los zapatos, la ropa, mojar un libro, si iban a compartir ese instante, si cada gota uniría más su piel.
Él no bromeaba. Ya varias veces le había advertido sobre su repulsión por el agua.
Cuando ella notó su rostro de enfado era demasiado tarde. Sus brazos empezaban a desprenderse, ya le asomaba la clavícula izquierda, del filoso hueso de la cadera colgaban sus pantalones. Fuen entonces que ella recordó el aviso:

"No permitas nunca que caiga en las aguas de tus emociones".

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