miércoles, 12 de mayo de 2004

Viaje

Al final valió la pena visitar la niebla y sus habitaciones cúbicas.
Quien abandona la ciudad buscando paisajes rústicos, sólo encuentra variaciones de torres y edificios. La arquitectura urbana invade la pupila y relaciona todas las formas a su alrededor con ella.
Hay que dejar que el paisaje nos encuentre, seguir al azar en su ruta incometible.

El anuncio de un viaje inesperado produce excitación y agudeza en los sentidos.
De repente los errores provocan encuentros de sospechosa cuantía, trazan caminos a la aventura y escaleras directas a la intemperie.

Qué sucede cuando uno llega a un lugar que fue suyo, al mismo punto donde tiempo atrás el futuro no tenía la más mínima similitud con el presente.
Sólo queda recordar. Recordar mariposas en el agua, calles donde el amor y la desesperación fueron tomando forma y sonido.

En la Sierra norte de Puebla el clima vulnera la lógica y los presagios. De una mañana soledad a una tarde húmeda y brumosa y viceversa.
En el color del cielo puede adivinarse toda la intención de lluvia, la dirección precisa de los huracanes.

Porque el pasado habita en el presente sostenido por innumerables lazos. Sensible en varios puntos, la hora transcurre con las manos atadas a los ojos.

A pesar del clima y sus accidentes, de la noche y sus reclamos, de la culpa y sus botas asesinas, este fue un viaje para ver salir del agua blanquecina una naranja de bolsillo.

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