sábado, 24 de abril de 2004

Conflicto

La tarde transcurre entre pláticas familiares y halagos comunes…

Y encuentro resistencia en mí para asombrarme con las reglas implícitas de la vida social. Me refiero a los trámites inútiles de las cortesías. El orgullo ofendido cuando alguien no cumple con sonreir o dar la mano.
Creo que mi opinión dista mucho de ser aceptada, incluso su expresión constituye una ofensa para quienes no reciben el trato que merecen de parte mía.
Quizá algunos elementos cósmicos coincidieron para que yo escribiera, en este momento, cosas que muy difícilmente diría.
A veces es necesario perder la cabeza… en el aire, en la calle, en una mirada, en el agua, en el reloj, en una mujer, en la luz, en el pliegue interminable que separa la realidad y la fantasía.
Ninguna ruta de salida encuentro para abandonar el odio y la repugnancia.

Los que sufren advierten que todos hemos de pagar las consecuencias de nuestros actos. Ley universal, incuestionable. Pero, ¿y los que pagan por adelantado no tienen derecho a cobrar intereses y favores?

Cuando enfrentamos situaciones donde la familia, la tristeza, el sentimiento de la muerte, las mujeres, el Estridentismo, la música, los perros, el sol, las moscas, el amor, la traición… se unen y mezclan para formar un sentimiento de agobio en la conciencia, se ponen a prueba el temperamento y la capacidad de análisis. Si logramos superarlas, tenemos la sensación de haber resuelto un problema trascendental de nuestra vida. Si no, un asco existencial nos invade por mucho tiempo. Sólo el olvido puede ocultar esta sensación de desequilibro. Sólo mi memoria podrá desaparecer este sentimiento evidentemente ridículo cuando muestro a desconocidos, no por ello desestimables, la fracturas de mis relaciones sociales.

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