sábado, 6 de mayo de 2006

Saturado de un rumor indeclinable y con la existencia varada en los libros occidentales y la confusión, te escribo.
Arriesgo aquí las tentaciones de la confesión, mi yo íntimo y voraz y silencioso y parco y esmerado y aborrecible y tentativo que soy cuando están activados los límites de tu ausencia, las páginas vencidas del recuerdo.
Me engaño de tal manera que al despertar tengo verdes los pies y una moneda reticular habita mis párpados con el mismo desdén de una mosca intoxicada.
Pierdo vestigios y hallo incendios, lentas conflagraciones, periódicos idiotas fincados en la resignación.
Te busco y en los ojos la maleza se sugestiona, te miro decir una frase inhóspita para los ciudadanos y siento que debo pedirte algo, asegurarme a ti de una forma bastante conocida para que después no puedas reclamarme y yo te diga te lo advertí, no era mentira ni murmullo, era cierto que calcinaba mis pasos y los brazos perdía y los dedos se mutilaban en un justificado intento de ir sobre ti, de relajarte con tus mentiras preferidas.
De algún modo, igual que yo, estarás celebrando negocios con el mar. Tendrán tus placeres la misma posición que mis deseos y el sol se irá debilitando con mis sueños anteriores, como una plaza diminuta en un pueblo de ladrones.

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