martes, 22 de noviembre de 2005
lunes, 21 de noviembre de 2005
Homenaje a Otto Weininger (1960)
(Con una referencia biológica del barón Jakob von Uesküll)
Al rayo del sol, la sarna es insoportable. Me quedaré aquí en la sombra, al pie de este muro que amenaza derrumbarse.
Como a buen romántico, la vida se me fue detrás de una perra. La seguí con celo entrañable. A ella, la que tejió laberintos que no llevaron a ninguna parte. Ni siquiera al callejón sin salida donde soñaba atraparla. Todavía hoy, con la nariz carcomida, reconstruí uno de esos itinerarios absurdos en los que ella iba dejando, aquí y allá, sus perfumadas tarjetas de visita.
No he vuelto a verla. Estoy casi ciego por la pitaña. Pero de vez en cuando vienen los malintencionados a decirme que en este o en aquel arrabal andaba volcando embelesada los tachos de basura, pegándose con perros grandes, desproporcionados. Siento entonces la ilusión de una rabia y quiero morder al primero que pase y entregarme a las brigadas sanitarias. O arrojarme en mitad de la calle a cualquier fuerza aplastante. (Algunas noches, por cumplir, ladro a la luna).
Y me quedo siempre aquí, roñoso. Con mi lomo de lija. Al pie de este muro cuya frescura socavo lentamente. Rascándome, rascándome. . .
viernes, 18 de noviembre de 2005
Cuento para sirenas insomnes
Tuvo que transcurrir tanto tiempo para que pudieran encontrarse.
Tanta inservible rutina.
Estaban cerca, demasiado.
Ella en la verde música del mar, él en la caja negra de la literatura.
Una vez, solos, de noche, en una calle, se encontraron, pero no se reconocieron.
Caminaban paralelamente, casi tocándose, casi besándose, casi perdiéndose.
Una hora, un minuto, unos pasos los separaban.
Ella dibujaba mariposas en el agua. Sus movimientos
Él, apartado del alboroto, interrumpía los ciclos lunares.
Cegados, casi en silencio, atravesaron la vértebra penúltima del instante.
La penumbra seguía.
Hasta que, por un azar incomprensible, se encontraron.
Y ella no tuvo más lunares que las huellas corsarias de sus besos.
Tuvo que transcurrir tanto tiempo para que pudieran encontrarse.
Tanta inservible rutina.
Estaban cerca, demasiado.
Ella en la verde música del mar, él en la caja negra de la literatura.
Una vez, solos, de noche, en una calle, se encontraron, pero no se reconocieron.
Caminaban paralelamente, casi tocándose, casi besándose, casi perdiéndose.
Una hora, un minuto, unos pasos los separaban.
Ella dibujaba mariposas en el agua. Sus movimientos
Él, apartado del alboroto, interrumpía los ciclos lunares.
Cegados, casi en silencio, atravesaron la vértebra penúltima del instante.
La penumbra seguía.
Hasta que, por un azar incomprensible, se encontraron.
Y ella no tuvo más lunares que las huellas corsarias de sus besos.
sábado, 12 de noviembre de 2005
Cómo guardar la furia y no matar al primero que pase.
Cómo convenzo a los cerdos que existen los colores.
Cómo evito a los sacerdotes de la televisión.
Cómo mantener a las sirenas cantando.
Cómo vivir sin molestar a nadie.
Cómo recordar mi nombre.
Cómo escribir en la mañana.
Cómo olvidar su nombre.
Cómo dormir.
Cómo.
jueves, 3 de noviembre de 2005
No es decir nada decir que el corazón se rompe
tiembla tu cuerpo desprovisto de amparo
tiembla tu alma desnuda de consuelo
tiembla tu corazón mordido por un tigre
tiemblan tus manos inútiles y solas
Cae
para que pueda yo tocar tu mano al levantarte
Mi ser se pierde en ti
y en la raíz de tu nombre se libera
Elsa Cross
Cómo pudo caber
tanta desolación en dos ojos oscuros
tiembla tu cuerpo desprovisto de amparo
tiembla tu alma desnuda de consuelo
tiembla tu corazón mordido por un tigre
tiemblan tus manos inútiles y solas
Cae
para que pueda yo tocar tu mano al levantarte
Mi ser se pierde en ti
y en la raíz de tu nombre se libera
Elsa Cross
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